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Ética del límite: la compasión del ser por el ser (página 2)




Enviado por Alejandro Fabre



Partes: 1, 2

Sobre el vector de escala colocamos
el valor que
subjetivamente otorgamos a diversos conceptos. El continuo
relativo-absoluto nos facilitará reconocer que otorgamos a
muchas cosas un precio que
realmente no tienen. Por cada valor "cien" hay noventa y nueve
"menos que cien" y en ocasiones nuestros supuestos frecuentemente
invierten esta relación. En palabras de Viktor Frankl,
"las respuestas definitivas existen en una dimensión fuera
de nuestro alcance y debemos contentarnos con encontrar las
respuestas de la situación inmediata", con todas nuestras
limitantes.

El eje de "visión del humanidad" nos permite
acomodar desde los aspectos más biológicos de
nuestra evolución como "homínidos" hasta lo
más específicamente humano. Integrar desde el "homo
erectus" hasta el "sapiens-sapiens" con el "homo-humanus"; la
forma de humanizarnos o de deshumanizarnos, la facticidad y
existencia de la que Frankl ha hablado, no solamente referido al
sentido de la vida, sino para este caso particular, a la actitud y la
ética
subyacente con la que asumimos nuestro ser. Diferenciar la
conducta del
hombre, de la
conducta "humana".

La
epistemología de la indefección

A partir de la experiencia clínica, podemos
afirmar que la problemática de la actitud perfeccionista
va incluso más allá del solo rechazo de la persona (de ella
misma o del otro), el rechazo alcanza a la "realidad". La
sensación de inadecuación que vive le
despierta una exigencia de estructuración, no
sólo de los acontecimientos, hechos, cosas y personas, ya
que en su mundo interior sólo hay cabida para "una"
realidad, la impecable, la que él supone; sino que apunta,
en verdad, a una estructuración o reparación
ontológica de lo real. El objetivo de
sus esfuerzos compulsivos de estructuración es lo humano
que encuentra en él, pero no para lograr un crecimiento y
mejora (compasiva) de su realidad, sino con un rechazo
ontológico, en el que subyace, alguna forma de soberbia.
No sólo es una intención y una respuesta (para los
creyentes), a la petición divina del amor completo,
de no elegir concientemente el mal, sino más bien es una
elección que pretende y exige perfecta acción,
potencia y
sabiduría "humana", rechazando su humanidad porque para
él lo humano es una forma "insuficiente" de
ser.

Aplicando nuestros ejes de referencia encontramos que la
única visión del mundo que cabe es la predecible,
la que busca y explica la razón. La ciencia
exacta, el mundo de leyes en que la
existencia admite una estructura. El
proceso es
controlable a través de seguir normas y pautas
de orden. Los "debería y los "no debería",
aplicados a uno o a los demás, llenan todo el espacio de
la forma de actuar, y no como elecciones o preferencias, sino en
rechazo de realidades y seres.

Dado que los errores y las fallas amenazan el mantenimiento
de una existencia predecible, se pretende excluirlos del actuar
humano. Son absolutamente rechazados. El concepto de
humanidad entendida como realidad defectible es tan rechazado que
no se toman en cuenta "previsiones" para el plan de
vida.

La visión de humanidad tiende a ser excluyente de
todo aquello que la razón (sapiens-sapiens-sapiens), que
ya antes invento "la solución" de la perfección,
"no considere" que satisface al estándar perfeccionista.
Se incomoda con la existencia, con la realidad y su inseparable
característica de "perfectible" (anómala, incierta,
fallida). Le sugiere al sistema mental
conducirse sin compasión, sin perdón, con dureza,
con exigencia, con intolerancia. Vive fascinado (y
engañado) tratando de crear seguridad.

La perfectibilidad se permuta en
perfeccionabilidad, en necesidad compulsiva de dar
perfección a lo imperfecto. Lo que propone la epistemología de la indefectibilidad es
metafórico: entrelazar la realidad deficiente con su
acabamiento, es decir, con una modalidad de ser lógica,
y por ende "verdadera", pero meramente irreal. Así una
manchita negra en la ropa demandará corrección so
pena de sentirse inadecuado. Puede llevarnos a pensar que estamos
desaliñados, a hacer que nos sintamos desaseados, y a
tomar una actitud de censura por el descuido. Una simple manchita
negra pone en peligro la estima.

Idealizar es una manera de ver (del griego idein
=
ver) pero este tipo de idealización hace que lo
real se observe, no en su naturaleza
limitada, sino en "sub-especies a extinguir": corregible,
reparable, acabable, enmendable. Se vincula la vida a esquemas
que valen más que la vida misma. Paradójicamente,
pretendiendo una visión "completa" de la realidad, choca
con lo incompleto, pues el resultado es que oculta, niega,
combate o rechaza la parte de la realidad que no funciona, que no
cuadra con el esquema del ordenado, exacto y preciso mundo
construido dentro de su sistema mental. Cuando la persona
considera como desechable todo lo que se presenta anómalo,
fallido, carente y defectuoso en la propia vida, el individuo no
logra aprovechar los obstáculos, errores y fracasos como
parte de su realización, los ve sólo como
impedimentos a su realización. El fracaso y el error no se
convierten en experiencia de aprendizaje, sino
en desperdicio de existencia.

A pesar de su pretensión, el individuo
manifestará una realidad: se sentirá
inadecuado y por lo mismo buscará "arreglarse", ordenarse,
estructurarse, pero en su intento por "repararse"
continuará percatándose que algo necesita ser
rectificado, arreglado. La convicción de la
perfección lo pondrá siempre al principio: en la
situación de percibir lo real siempre defectuoso
y a sentirse él mismo inadecuado. Su realidad
estará atenta a la omnipresencia de la falla y el error,
sin jamás llegar a conciliarse con lo que es. Es
claro que desde esta epistemología el error no funciona.
Su visión perfeccionista lo deja indefenso, o peor aun, lo
coloca como víctima frente a la incorregible
anomalía de la vida.

Para tratar de evitar este dolor se acude a las estrategias de
estructuración y control.
Estructurar es el camino para evitar o impedir que la propia
ejecución sea imperfecta. Si bien estructurar es
útil y necesario al ser humano y nos ayuda a manejar el
carácter cambiante, inestable, incierto e
inseguro de la vida, además de establecer un cierto orden
y predictabilidad, bajo la óptica
perfeccionista no se restringe a las cosas (o existentes), que
admiten cierto ajuste, arreglo y orden, sino que pretende abarcar
la propia existencia: la dimensión de lo personal, de la
vida y del otro. El error le aterrar porque conlleva el cambio y con
el cambio, la pérdida de certezas y de seguridades. Lo que
está sujeto al cambio está sujeto al
error.

Desde luego que un cierto gobierno y
control de las situaciones es necesario para la sobrevivencia de
un ser de naturaleza extremadamente frágil, como es el ser
humano. Pero la preocupación excesiva por el control,
hasta volverse un ser controlador, es un impedimento para encarar
la vida en su riquísima variedad de ambigüedades e
incertidumbres y en sus sutilísimas ambivalencias y
contradicciones. El orden y control en los términos
aquí señalados se ejercen aunque acaben
paralizando. Su mundo se viene encima cada vez que algo o alguien
se manifiestan fuera de lugar.

Los sentimientos no escapan a la esfera del control.
Entrar en contacto con el mundo de los sentimientos es una
experiencia que puede ser perturbadora. Aceptarlos tal cual son
sería reconocer la inadecuación instalada dentro de
uno mismo, sería percatarse del desajustado mundo
interior. La perfección es aséptica y, por lo
mismo, requiere de seres carentes de espontaneidad, fríos
en el plano emocional.

Donde se da el "debería perfeccionista" se da la
culpa patológica. En este proceso, el ideal de la
perfección susurra al sistema mental el siguiente mensaje:
"Si fallas, no eres bastante inteligente, no puedes estar
orgulloso de ti y por lo mismo no puedes pretender que te estimen
y te quieran". La desestima, en este caso, se encargará de
que no aprendamos nada del error y, por consiguiente, nada sobre
nosotros mismos y nada sobre la vida en general.

Desde la epistemología de la perfección,
se dificulta empatizar con uno mismo. El perfeccionista no se
siente nunca adecuado, pues no le parece que lo que hace sea
"suficientemente suficiente". Necesita una "razón de
desempeño" para quererse, para sentirse
adecuado, y, nuevamente para los creyentes, la busca
básicamente en él mismo. La estima se vuelve
condicional a la obtención del "éxito"
o a la posesión de "características deseables". Su
actitud revela un déficit de aceptación de
sí mismo y manifestará una forma de rechazo, que se
traduce también en alguna forma de agresión. El
rechazo del otro expresa el drama del rechazo del propio
límite. El individuo no es capaz de amar al otro, como
diría Paulo Freire,
"en su inconclusión, en su finitud, en su devenir, en su
capacidad de ser, de crecer y de caer".

La ética que se despierta reclama la censura y la
intolerancia ante los desvíos. Ser firme y severo con uno
mismo y con los demás ante los tropiezos y faltas que se
suceden, parece ser la única forma de transitar por un
camino que, en su pretendida rectitud, sencillamente ya no toca
la realidad accidentada, de altibajos y tumbos que presenta la
vida. No se puede abrazar como ser humano, no puede tampoco
abrazar a su prójimo.

La
epistemología del límite

El planteamiento que aquí se perfila no va contra
los procesos
racionales o contra la razón, sino a favor de los procesos
intuitivos y del equilibrio
entre ambos, que ayuda a una mejor compresión de la
complejidad y de la existencia. Pascal
tenía bien claro: "dos excesos: excluir la razón,
admitir sólo la razón". Saber cuando hacer hablar a
la razón y cuando, la competencia
técnica y especulativa, genera parcialidad en los problemas
existenciales.

La visión del mundo no sólo se amplifica
para incluir la otra forma de sabiduría e inteligencia
humana que es la intuición, sino que la razón, la
soberbia de la razón, en ocasiones, se debe poner entre
paréntesis. Se identifican muchos "deberías"
solamente como preferencias, deseos o metas. El orden y la
estructura son deseables, pero también se reconoce la
construcción idealizada, generalizada en
exceso, de ciertos modelos de la
ciencia y sus
leyes. La ciencia "más actual" y sus procesos de
razón, ya no son tan vanidosos. No se habla ya de una
causalidad lineal, se incluye el principio de incertidumbre, las
hipótesis son provisionales y sustentadas,
sí en la
investigación, pero también en el error
estadístico. Se acepta la necesidad de la "prueba y el
error" en el método. El
caos y sus "momentos excepcionales de orden" explican mejor la
realidad que también es afectada por el observador, el
cambio es constante, la aproximación es
válida.

El concepto de límite es intuitivamente
reconocido como una realidad absoluta del ser del hombre, como un
postulado ontológico fundamental, "siempre criatura"
diríamos en el contexto del creyente. La falla y el error
son actos relativos en la existencia porque siempre están
abiertos hacia adelante, en la dirección del movimiento de
la vida, incluso en el sentido propiamente religioso.

La totalidad del hombre incluida su biología y su psique;
su programación genética,
su razón y su intuición, su "posibilidad de" y su
ser limitado, se reconoce sujeto de falla y sujeto de
compasión. La intuición se identifica con la
aceptación y la comprensión que son sus más
sabias expresiones frente a la existencia

La función de
la intuición es descubrir y acoger. La intuición no
arremete contra los límites de
la persona. No significa que justifique lo que es realmente
impropio, la falta, el error, sino que coloca el sistema mental
en otra posición ante el error. Esta forma de funcionar de
la intuición compensa la incompetencia de la razón
ante la indigencia. Tradicionalmente se ha manejado la
bifurcación de la mente en racional e intuitiva,
popularmente mente y corazón,
como si se estuviera frente a posiciones antagónicas o
rivales. En esencia la razón y la intuición, aunque
son procesos con su propia autonomía, no son excluyentes.
Son procesos alternativos del conocimiento
de lo real. La complementariedad es un requisito de la salud
mental.

La perspectiva de lo desperfecto implica menos recursos de
lógica. Suministra un enfoque menos racional. No
"pre-tende", no anhela encuadrar la propia realidad con
lo real, pues comprende que lo real no
está sujeto a la estructura ideada por la razón. Su
objetivo no es reformar lo deformado, ni organizar lo
desorganizado, ni dotar de lógica a lo que se presenta sin
lógica. Habitualmente, cuando a alguien le ocurre una
desgracia suele interrogarse "¿por qué a
mí?". Pero la cuestión aunque dolorosa es simple
"¿por qué a mi no?".

Aquí la vida se asume desde la perspectiva de la
defectibilidad. El individuo percibe la falla, el error, el
fracaso, la equivocación, la defectuosidad, pero reacciona
en términos de tolerancia,
paciencia, resignación y comprensión hacia el ser y
no de manera dura, agresiva, rigurosa, auto-castigándose
por la imperfección o rechazando a alguien por haber
fallado. También puede percibirse como inadecuado desde
ésta posición epistemológica, pero a
diferencia de quien se percibe desde la postura de la
indefectibilidad, no llega a despreciarse. El creyente respeta su
filiación. El reconocimiento de su ser limitado y la
aceptación de su indigencia de ser, le permite
transitar la existencia tal cual se le presenta sin tener que
negarla o racionalizarla. Su propósito no es explicarlo,
analizarlo y entenderlo todo, sino comprenderlo, acogerlo,
recuperar y ajustar todo lo relativo al valor fundamental: la
existencia y el ser.

El error provoca un despertar a un nuevo conocimiento o
a una nueva consideración. El error es inseparable de su
carácter didáctico, bien de mal. El error prende el
sistema mental; hace ver que nuestra opinión o enfoque de
las cosas no es la última palabra sobre el asunto. Siempre
insinúa algo nuevo: la experiencia hace posible un
conocimiento más adecuado de lo real. Una
acción o evento desastroso puede corregir la visión
que se tiene de la vida y modificar la actitud, de inflexible y
dogmática, a tolerante y abierta.

En el verdadero espíritu de la ciencia, Melvin
Cohn explica:

Ahora aprecio cuanto aprendo equivocándome. Puedo
cambiar de idea cuando me confrontan con argumentos racionales,
sin necesidad de que el cambio parezca ser puramente
semántico o esperar que pase desapercibido.
¿Cómo sería un cura, general,
burócrata, abogado, médico o político a
quienes nunca se les permitiera equivocarse? No sería
extraño que aprendieran despacio. Estoy agradecido de
estar en una profesión donde darse cuenta de que uno
está equivocado es equivalente a un aumento en el
conocimiento.

-Melvin Cohn. Ann Rv. of
Immunology 12, 2 (1994)

Su error, su equivocación, su fragilidad, su
debilidad, su precariedad no se debe, en sí, a una falta
de voluntad, no se reduce a un problema de esfuerzo o de
carácter (aunque algunos sí lo sean), es una
realidad impuesta por su naturaleza. No obstante el límite
no es una realidad inoperante o estática.
Ser-en-el-límite permite, por un lado,
reconocer todas las dimensiones del hombre, sin negar nada,
conteniendo toda la realidad, resaltando sólo la forma en
que acontece y se desarrolla. No se priva al hombre de nada, es
ser la realidad. El error y la falla como cualquier otra
experiencia se integra y adquiere valor, no se desperdicia. La
humanidad del hombre queda contenida en el sentido de la
autoaceptación, sin necesidad de distorsionar ni negar sus
límites. La autoaceptación es un acto de
afirmación, una experiencia de reconocimiento del valor
propio, independientemente de las deficiencias, contradicciones y
dicotomías de la propia existencia.

La aceptación de uno mismo sólo se lleva a
cabo en la aceptación de lo que realmente somos,
independientemente de cómo somos y cómo
funcionamos. Quien realmente se acepta no puede "desprenderse" de
nada de su existencia: ni del pasado ni del presente. Idealizar
al hombre no es una manera de realizarlo. Su propia realidad
limitada es acogida. Lo que se acoge es algo esencial: nosotros
mismos.

Bajo la epistemología del límite culpar
nuestros errores es un error más grande que los errores
cometidos. El remordimiento y el arrepentimiento en cambio se
apoyan en la realidad del ser. Al ser chocado por la existencia y
posiblemente quedar despedazado no opta por ciclarse recriminando
su estupidez o la de los demás, sino que ante su daño
(real) lo primero que busca hacer es abrazar sus "pedazos" para
poder
re-integrarse y continuar; posteriormente habrá de
enfrentar las consecuencias y dar sentido a la nueva
situación. La aceptación propuesta desde luego no
significa indiferencia.

La epistemología del límite genera
también una ética: el tribunal del perdón,
una ética basada en la indigencia existencial del
hombre.

La ética
del límite: la compasión del ser por el
ser

Enraizada en cada una de las epistemologías que
hemos señalado encontramos implicaciones
éticas ante el ser limitado del hombre,
en forma sintética: aceptación, arrepentimiento y
perdón, o rechazo, culpa y condena.

A primera vista, pudiera parecerles a algunos que las
implicaciones éticas de la antropológica de Peter
más que ayuda al hombre resultan en escándalo. Por
un lado quita lo que ciertas personas consideran es su motivación
para mejorar: el ideal de la perfección[1]
Para ellos pareciera verdadera la premisa de que si se aceptan no
pueden cambiar. Para otros resulta amoral o hasta inmoral,
aparenta otorgar un "permiso para delinquir", una especie de
absolución garantizada de por vida: el perdón, la
aceptación compasiva de la falla y del error del pasado.
Pareciera que exalta la libertad y
elimina la responsabilidad. Esa libertad que, reconoce
Frankl, le otorga a la persona oportunidad para comportarse
inmoralmente pero, como también afirma, ofrece la
oportunidad de alcanzar una auténtica ética fundada
en la decisión del hombre de comportarse como un ser
ético.

Nos concentraremos en "la respuesta", en la
responsabilidad que supone la ética del
límite.

Si desde el punto de vista de la Terapia de la
Imperfección, el sentido de realidad y la humildad mental
son elementos centrales para reconocer el ser limitado del
hombre, en la ética del límite lo central es la
actitud ante el límite. En la dimensión espiritual
del hombre el concepto original del límite es abordado
bajo el concepto de pobreza. Se
pretende restablecer una relación fructífera del
hombre con su propia realidad espiritual inacabada.
Particularmente aquí, el hombre se
muestra
desnudo de poderes y de seguridades. En este terreno, el
ser-en-el-límite se experimenta como "pobreza del
ser". Pobreza de ser que encontramos en todas direcciones. Somos
pobres en la manera de donarnos y de acoger a los otros. Somos
pobres como amigos, como padres, como esposos, como seres
amantes. Es pobre nuestra manera de sentir y de perdonar. Es
pobre nuestra atención y respeto de los
demás. Es muy pobre nuestra fidelidad, nuestra
comprensión, nuestra manera de comunicar. Es pobre nuestra
manera de rezar. Aún en momentos de abundancia encontramos
nuestra pobreza paso a paso. El hombre es indefenso no
sólo frente a los ritmos del universo y de la
naturaleza, sino incluso frente a las propias exigencias de
absoluto, de infinito, de definitivo, de totalidad. La exigencia
del hombre no se estabiliza nunca. En el destino de ser siempre
indigente, el hombre encuentra siempre su propio misterio: el de
un ser finito y limitado que él nunca puede colmar ni
saciar.

En el mito del
Génesis, después de la "primera falla" se origina
el viaje del hombre hacia su humanidad. La "falla prima",
requirió de aprendizaje y fue también objeto de
misericordia. El tránsito inicial, con la desobediencia,
fue el recorrido de la inocencia a la conciencia del
mal. Y se abrió así la posibilidad de acometer otro
viaje más decisivo para el hombre: el de orientarse hacia
su humanidad. El atravesar desde su "hominización" a la
humanización.

Al igual que en el relato bíblico cada hombre
acomete el viaje de orientarse hacia su humanidad, un viaje
personal a tientas. Es siempre un terreno nuevo. No hay mapas, porque el
mapa es precisamente el resultado de la persona, la consecuencia
misma del viaje. Los valores y
las tradiciones ciertamente pueden ser referentes pero,
requieren, por el hecho de ser universales, ser descubiertos en
los sentidos
únicos inherentes a las situaciones únicas de
nuestra vida. La ética del límite comporta una
dirección que acompaña al hombre independientemente
de su "localización en la vida": permanecer
humano.

En el viaje, el hombre se puede trazar otra ruta,
desorientarse: pretender pasar de la hominidad a la
"divinidad-humana". La primera tentación que se hace al
hombre en la narración bíblica es "seréis
como dioses"[2]. Y en este desvío, el
hombre y no Dios, lanza la primera culpa: "…la mujer que me
diste por compañera me dio del árbol y
comí"[3] . No sólo ha culpado a la
mujer, su propia
especie, ya que ella es "carne de su carne"[4],
sino que el mismo Dios es indirectamente culpado. No se dijo
"…por mi debilidad te desobedecí,
¡perdóname!".

La exaltación del concepto de
divinización-perfección "ser como dioses" dio como
resultado un irremediable efecto antieducativo "no es suficiente
como Dios me ha hecho": la convivencia con los propios
límites se volvió insoportable y creció la
soberbia. La desobediencia misma tenía por objeto no
necesitar a Dios, ser él mismo "completo"
(perfecto).

Para adentramos más en el modelo de
humanidad de la ética del límite, recurriremos a la
figura de Jesús, que sin necesidad de incluir o excluir el
contexto religioso, nos permite disponer de un referente
histórico, un hermano del hombre, que presenta en sus
rasgos esenciales, uno de los sistemas mentales
más fieles al límite y ejemplo de esta postura
ética.

En la lectura del
Nuevo Testamento para ser espiritual no es necesario ser
perfecto, la Misericordia hace la diferencia. Y aunque el hombre
no podrá jamás ser perfecto como Dios, no cumplir
con la primera promesa de la historia "seréis como
dioses", su corazón puede sin embargo volverse compatible
con la miseria que sufren su propio ser y otros corazones y de
ésta manera ser misericordioso como Dios.

¿Cuál fue la actitud de Jesús ante
los imperfectos de su tiempo?
¿Cómo reaccionó de cara a las imperfecciones
de la existencia y de la vida? Y por otro lado
¿cómo trató Jesús, cómo se
comportó, frente a quienes en el Templo y por las calles,
ostentaban una supuesta perfección?

Jesús apunta directamente a la humanidad del
hombre sin hacer ninguna "falsificación conceptual": en el
Evangelio el hombre permanece humano. Entrar en contacto con el
Dios de Jesús no requiere pasar el examen de la
perfección, sí el de la humildad y del
arrepentimiento. El Dios de Jesús "sabe de qué
estamos plasmados, se acuerda que somos polvo", "no nos trata
según nuestros pecados"[5]. Después
de Jesús, el imperfecto puede entrar en contacto con Dios
sin pasar por la sala de espera. Por primera vez, también
el imperfecto puede hablar con Dios de tú a Tú, le
puede llamar Padre. El contacto con el imperfecto no es causa de
contaminación ni impureza. La misericordia,
el amor, y no
la perfección, es el requisito para cumplir los
mandamientos de la Ley. Por eso
cuando los fariseos se escandalizan porque come con "los
imperfectos", él los manda a aprender que significa
"Misericordia quiero, que no
sacrificio"
[6]. Al mismo lugar los manda
cuando le reclaman por quebrantar la
ley[7]

Jesús observa la ley pero también respeta
al hombre. No rechaza a quienes admiten su propia
imperfección, la indigencia, la pobreza
moral o
física.
Jesús no condena ni siquiera a quienes son encontrados en
franca violación de la ley mosaica[8]
Cuando le llevan a la mujer sorprendida en adulterio, que
debería ser muerta apedreada, le preguntan queriendo poner
una trampa, qué dice él que se haga. Jesús
se inclina y escribe con el dedo. Es la única vez que se
menciona en el Evangelio que Jesús escribe algo, pero no
se sabe que escribe. Los fariseos y escribas no "prestaron
atención", tal vez estaba escribiendo con su dedo,
después de dar ejemplo de ello siempre, "Misericordia
quiero, que no sacrificio
", pero como le insistían,
dice el pasaje, Jesús les enfrenta con sus propios
límites. Al retirarse todos y quedar sólo con la
mujer, él mismo es comprensivo con la falta, le despide
pidiéndole que no peque más.

¿Qué le quiso decir Jesús con eso?
¿Acaso la deja ir porque no halla testigos, pruebas y
acusadores? ¿Le deja ir "sólo" por esta vez?
¿Le dará una nueva oportunidad, para cazarla cuando
vuelva a caer al "bache"? ¿Acaso la mujer no deberá
volver a fallar? ¿No le está ordenando que como ya
le ha perdonado una vez, en adelante, en su viaje por la vida,
deberá adquirir la perfección, la indefectibilidad?
¿No tendrá que seguir lo que para Petrocchi exige
el "principio de perfección": explotar al máximo
sus talentos y "reducir al mínimo sus defectos",
confrontarse constantemente con la
personalidad "optimal" en términos de
autocrítica?

Jesús no ha actuando como un juez. El "juicio" se
lo deja a la razón y el juzgar a Dios, pero tampoco es
indiferente. El camino de Jesús no acontece en el terreno
de la perfección y la culpa, sino del perdón y de
la compasión. Jesús no le hace cuentas a la
persona, cuando ella ha reconocido y se ha arrepentido. Cuando se
trata del perdón, las siete veces de la Ley, las siete
veces siete que aventura Pedro, se convierten en las setenta
veces siete de Jesús. Un "número" que no se cuenta,
se actúa. No una cantidad sino una cualidad. Precisamente
una actitud.

La parábola del hijo
pródigo[9]resume las posturas
epistemológicas que hemos tratado, pero sobre todo
resaltan la postura ética del límite. Por un lado
está el hijo mayor, en la posición
epistemológica de la perfección y representante del
tribunal racional de la condena. Obra moralmente y su actuar es
moralmente incensurable. No es irresponsable, no es flojo, es
bueno, incluso para señalar la falla. Su cualidad es la
rectitud. Hay "razón" para el disgusto. ¡El Padre no
hace justicia!

El hijo menor, aunque ya ha conocido el límite,
participa de la misma perspectiva que su hermano. Nada
parecía al hijo pródigo tan urgente como el
castigo. El Padre tenía derecho a condenarlo, a darle su
escarmiento, él mismo pide ser desconocido como hijo. Pero
el padre no lo desconoce. ¡El Padre no hace
justicia!

La preferencia por el análisis y el cálculo
constituyen un laberinto donde ambos hermanos ya no encuentran la
salida a la comprensión y al perdón. La
razón les ha facilitado focalizar y documentar el error.
Lograr evidenciarlo. La razón está "en su terreno".
Esa es su función: analizar, descomponer en todas sus
"piezas" la acción errónea o equivocada. Pero, en
una primera instancia, la razón no se manifiesta capaz de
transformar la falla. La razón no construye sobre el
error. Tal vez nosotros también deberíamos
cuestionarnos la actitud del padre: ¿Es que las exigencias
ya no son educativas? ¿Hay que limitarse a ceder en todo?
¿Con qué disciplina
vamos a criar a nuestros hijos? ¡El Padre no hace
justicia!

La epistemología del padre sin embargo "trabaja"
el error. Él representa al tribunal de la misericordia. La
culpa que siente el hijo menor no es suficiente, también
necesita saberse sujeto de perdón y lo duda. El padre no
es, como el hijo mayor, víctima de su propia "rectitud",
él si es capaz de la única cosa necesaria:
restituir la dignidad de su
hijo menor, obrar compasivamente, perdonar la falla. El padre
asume el riesgo de las
decisiones de sus hijos. Si bien, de su sistema mental no emanan
consejos ni indicaciones autoritarias, ni la infalibilidad y el
dogmatismo derivan de su perspectiva, sí en cambio,
produce "esquemas" que de alguna forma integran la falla. La
parábola del Hijo pródigo despliega una
ética centrada en la compasión por la
condición humana en contraste con la moral de la
impasibilidad manifestada por el hijo mayor. La ética se
vuelve una forma de orientarse en la realidad, una forma de
conocimiento que desemboca en la compasión por el ser
indigente. El cambio de epistemología que realiza con
respecto a los hijos es una mirada nueva que ofrece una
oportunidad de volver a "encontrar", de "hallar" aun
después de la pérdida. Lo muerto puede resucitar;
salir de la actitud del desprecio que constituye la verdadera
pérdida. Una ética para quienes una vez perdidos,
como el hijo pródigo, por el hecho mismo de ser humanos,
puedan volver a casa con humildad pero sin entregarse a la culpa,
sin necesidad de recurrir al auto-rechazo y la
desesperación.

La conducta del hermano mayor presupone una actitud
ética. En efecto, la rectitud es la norma
más alta que posee. La conducta del hermano mayor
está organizada desde los valores afines
a la rectitud: la objetividad, la integridad, la justicia, la
honradez, y la severidad. Es un hombre objetivo

Sabemos que la condición para que se dé un
"acto humano" y no simplemente un "acto del hombre", como
distingue la filosofía es que haya libertad, pero una
libertad referida al máximo criterio, síntesis
de todos los valores, que es: hay que hacer el bien y evitar el
mal. Es así como debe comportarse el hombre: buscando el
bien y evitando el mal. ¿Cómo ha entonces de
conducirse el hombre para humanizarse?

Podemos decir que la compasión no es
necesariamente un componente de "recto actuar", pero sí lo
es, en cambio, del actuar "humano". Aunque el hermano mayor era
un hombre justo, fiel a las normas del padre, le faltaba una
"única cosa necesaria": obrar con compasión. Su
decir era recto, como ya vimos, pero no "humano". El adjetivo
"humano" además de decir especie, naturaleza y género
relativo al hombre, alude a dos atributos existenciales,
defectuosidad y compasión, que manifiestan otra
dimensión del ser del hombre. Defectuosidad y
compasión hablan de humanidad, no de hominidad; determinan
lo existencial, no lo biológico.

Peter propone una "ética para errantes" cuyo fin
no es instruir sobre el "recto" actuar, sino sobre el actuar
"humano". No examinaremos entonces la coherencia del errante con
sus juicios y preceptos morales en principio válidos, sino
la relación del errante con su propia finitud.
Siendo una ética fundada en la aceptación, la
actitud que asume el errante ante sus yerros
señalará la diferencia entre una acción
humana y una acción que desconoce lo humano.

La ética del límite se considera una
ética pre-reflexiva, primaria y que por lo tanto no
intenta chocar con otras éticas explícitas o
reflexivas. El cambio desde la indigencia está en valores
todavía más primarios y encarnados en nuestra
humanidad, no se trata ya de un desencanto permanente del hombre
consigo mismo, sino de una reconciliación creativa del
hombre, diríamos que el límite produce verdadera
integridad en el ser humano. Así, desde el límite
todo intento, cualquier esfuerzo de cambio, cualquier
intención mínima, ese ejercicio de dirección
y propósito, aunque fallido, aunque insuficiente, aunque
produzca "retroceso" sigue siendo un acto valioso.

Por una parte, la parábola evidencia la
condición frágil del hombre; pero por otra, recurre
a la clemencia ante esta misma condición. Desde este punto
de vista la parábola es un triunfo de lo humano entendido
como compasión sobre lo "humano" entendido como
error.

A manera de corolario utilizaremos dos reflexiones que
Peter ha desarrollado:

  • Tú no eres tu error. Una de
    las grandes dificultades para aceptarnos es la tendencia a
    confundirnos con el error. De esta manera, el error, que es
    lo pasado, se actualiza, se "fija" a la persona, termina
    volviéndose lo que somos y nosotros nos volvemos
    nuestro error. Lo errado termina siendo la persona y no la
    acción.

  • La indulgencia no es indolencia. La
    bondad hacia la propia condición limitada no es
    sinónimo de desidia moral. Lo humano en
    términos de compasión no conduce al
    relajamiento de las buenas costumbres, al laxismo
    ético o al pragmatismo del "vive y deja vivir", al
    relativismo o al escepticismo moral. La ética del
    límite no es una ética permisiva, sino una
    ética tensa hacia la responsabilidad espiritual frente
    al carácter frágil y rompedizo de la
    existencia. Se resiste al rechazo de sí mismo.

Despedida

De regreso a casa, el hijo pródigo tuvo que
iniciar otros viajes: uno de
ellos consistió en toparse inevitablemente con su conducta
pasada y en reconocer y aceptar el camino recorrido hasta
entonces.

…Al terminar la fiesta que el padre brinda en
honor del hijo pródigo, este queda a solas. En su
habitación ve dos pares de sandalias. Unas son nuevas, se
las acaba de regalar su padre. Las otras son las viejas. Con las
que había llegado. Las contempla y siente un inmenso
gozo.

… El gozo no provenía del haber fallado, sino
de descubrir su "humanidad" desde la compasión que el
padre le había manifestado. … en darse cuenta que no
sólo se le dio un ser finito. Sino que se le ha dado,
además, la tarea de ser un ser finito. La tutela de su ser
limitado
.

Referencias

Frankl V.E. (1995). El Hombre en busca
de Sentido
. Herder, Barcelona.

Jung C.G. (1985). Il problema psichico
dell uomo moderno
. Boringhieri, Torino.

Peter R. (2001). Una terapia para la
persona humana
. BUAP, México.

——– (2002). La imperfección en el
Evangelio
. INTERCONTINENTAL-UIA-UPAEP,
México

——– (2003). Honra tu
límite: fundamentos filosóficos de la terapia de la
imperfección
. BUAP, México

——– (2003). Ética para
errantes
. BUAP, México.

——– (2004). Introducción a
lo Humano. La Epistemología del límite.
BUAP,
México

Petrocchi, G. (1994). Psicología y psicoterapia
cristiana. Criterios diagnósticos, metodologías
clínicas estrategias psicoterapéuticas del
movimiento psicológico inspirado en la enseñanza bíblica sobre la personalidad
humana
. Edicep, México.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Dr. Alejandro Fabre

[1] Para el cristiano creyente subrayamos que
la petición divina atiende al amor completo "perfectos
como mi Padre" que sustituye a las antiguas prácticas de
la época de Jesús: "ojo por ojo, diente por
diente" y "amarás a tu prójimo y odiaras a tu
enemigo", y la eleva hasta amar a los que nos dañan.
Claramente entendible en la versión "Sed misericordiosos
como mi Padre es misericordioso" de Lc. 6, 36. No atiende a una
exigencia general de ser perfectos, que resultaría una
interpretación patológica ante el
problema del límite del hombre.

[2] Gén. 3, 5

[3] Gén. 3, 5

[4] Gén. 2, 23

[5] Sal. 103, 14 y 10

[6] Mt.9,10-13.

[7] Se hace referencia a quebrantar una
interpretación y no el espíritu de la Ley. Mt.
12, 1-8.

[8] Jn. 8, 2-11.

[9] Lc.15,11-31

Partes: 1, 2
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